jueves, 7 de octubre de 2010

Una de judíos

"Pues empezamos bien" pensaba yo después de que mi hola fuese respondido con miradas serias, gestos adustos y un silencio sólo roto por el fuerte silbido del viento del Oeste (bueno, quizás eso fuese producto de mi imaginación). Iba a ser que la pareja que se hallaba sentada en el sofá de la agencia no eran españoles. Siempre confundo a los israelíes con españoles. Los rasgos faciales son muy parecidos y estos dos se hallaban enfundados en ropa de montaña con lo que el atuendo no daba muchas pistas.

De entre todas las nacionalidades que conforman el contingente turista en la Cordillera Blanca, los israelitas son los más numerosos. Sorprendente para provenir de un país con tan poca población, tan lejano y con tan pocos vínculos culturales con el Perú. Me los había encontrado también a puñados en Himachal Pradesh y Ladakh, al norte de la India, donde tienen una sólida reputación como consumidores voraces de todo tipo de estupefacientes. Tras un servicio militar obligatorio de tres años para los hombres y dos años para las mujeres y, precisamente, no en un destino tan tranquilo como el acuertelamiento de El Ferral en León, muchos se dedican a viajar por una temporada (tanto sus cuerpos como sus mentes). Y, por el motivo que sea (se me ocurren un par de ellos, así a bote pronto), no parece que esté entre sus preferencias el visitar los paises vecinos. De hecho la mayoría de los países del mundo musulmán veta la entrada a los ciudadanos de Israel e, incluso, a los ciudadanos, sean del país que sean, que tengan en su pasaporte un sello de entrada en la nación judía.

Mientras yo charlaba animadamente en español con un alemán de los más dicharachero (¿por qué todo el mundo aprende español tan fácilmente?), Omer y Eyah permanecían silenciosos en la parte de atrás del todoterreno. Sólo abrieron la boca en sincero agradecimiento al observar mis esfuerzos para que les devolvieran la entrada al parque natural que acababan de comprar. Entrada que ya tenían de antemano. Para ser judíos, como pude comprobar de nuevo más tarde, eran bastante torpes con el dinero.

Al ver que el guía no tenía el más mínimo interés en dar muchas explicaciones en inglés, me convertí en improvisado traductor para mis dos compañeros. Poco a poco, Omer y yo nos fuímos rezagando. A pesar de la reserva inicial Omer resultó ser una compañía de lo más agradable y uno de estos raros especímenes en los que, al tratarle durante más de cinco minutos, confías ciegamente. Omer, además, podía representar la grandeza y la tragedia de su pueblo. Estudiante en Tel Aviv, había pasado, este verano, un par de meses en la universidad de Yale, una de las más prestigiosas del mundo. Tras lo cual había estado recorriendo Chequia, Austria y Polonia con sus padres y su abuela en un tipo de viaje que, al parecer, es bastante común entre las comunidades judías, tan itinerantes, en busca de los orígenes. La abuela de Omer había ingresado en Auschwitz en 1942 y sobrevivido durante todo el resto de la guerra hasta la liberación del campo en 1945, siendo una de las supervivientes que más tiempo estuvo en el campo de concentración. Fue lo suficientemente afortunada como para entrar con 17 años recién cumplidos, ya que los menores de esa edad eran exterminados ipso facto nada más ingresar, al no ser considerados aptos para el trabajo.

Siempre he sentido una cierta fascinación por el pueblo judío. Por la manera en la que una tribu de los cientos que han habitado los márgenes del Mediterráneo ha conservado su cultura, tradiciones, identidad y religión desde tiempo inmemoriales hasta nuestros días. Por como la religión judía ha sido el germen de dos de las religiones mayoritarias y preeminentes de nuestros días. Por su desdichada y trágica historia, éxodos, esclavitud, diásporas, persecuciones, pogromos, expulsiones y holocausto. Y por la extraordinaria facultad de sus miembros para sobresalir en prácticamente cualquier campo, negocios, filosofía, economía, música, cine, ciencias... La lista de judíos célebres es interminable: Jesucristo, Einstein, Karl Marx, Spinoza, Spielberg, Bob Dylan... (ver http://en.wikipedia.org/wiki/Lists_of_Jews).

De Eyah (alias Silencioso Bob) no llegué a saber mucho aparte de que, detrás de la fachada taciturna y ceñuda, ocasionalmente se asomaba una maravillosa sonrisa.

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